sábado, 15 de noviembre de 2025

Juan José Hauva Gröne




Hay fotógrafos de moda, de arte, de evento... y luego está Juan José Hauva Gröne. Un tipo que no le está fotografiando la cola al mainstream y cuya obra parece parida de la desesperación de tener que registrarlo todo antes de que se lo trague la indiferencia.

 

 

Su trabajo no está en galerías pulcras. Está disperso en el éter digital: en cuentas de IG sin obsesión por el feed, en archivos que huelen a historia no oficial, y en el Mundo Real. Y es justo ahí, en esa ausencia de pose, donde su fotografía se vuelve peligrosa y necesaria.

 


Es lo que se lee por ahí, y es la verdad. Hauva Gröne no "captura" momentos, los escucha. El pulso de la calle, el grito en el asfalto, el detalle oxidado en el rincón que nadie mira. Su estética es la del negativo expuesto a la vida cruda: blanco y negro sin concesiones, grano que duele y encuadres que te tiran a la cara la realidad.

 

 




Las fotos no mienten. Aquí hay un ojo que se mete en la barricada, pero no para hacer épica, sino para atestiguar lo que queda. Hauva Gröne no te pide que opines; te obliga a mirar. Su trabajo en el estallido social no es reportería standard; es la crónica visceral de la rabia que se cocina a fuego lento.



Si su fotografía es under, es por elección. Hauva Gröne no quiere ser una marca; quiere ser un testigo. Su técnica, sin lujos ni filtros trendy, es honesta: existe para servir a la emoción.

En una era donde la imagen se consume a la velocidad del scroll, el trabajo de Hauva Gröne te detiene, te obliga a sentir el peso del negativo, y te recuerda que la historia no oficial —la de la pensión de mierda, la del gas en la cara, la de la risa cómplice en un rincón— es la única que importa.
 

 

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