INDEPENDIENTES. 101 SELLOS DISCOGRÁFICOS (2024)
Por Gonzalo Vilo
Imagínate un mundo sin Nirvana, sin Joy Division, sin Fugazi ni Slowdive. Un mundo donde lo único que suena es lo que aprueban cuatro ejecutivos vestidos de gris, repitiendo fórmulas gastadas con la cara de una boy band como anzuelo. Eso no es distopía, fue (y sigue siendo) realidad. Pero hubo quienes dijeron que no. El libro Independientes: 101 sellos discográficos, publicado el 2024 por Santiago-Ander Editorial, es la evidencia material de esa negativa: una radiografía apasionada a los sellos que decidieron saltarse las reglas y grabar sus propias reglas en cinta.
Este no es un libro de historia musical, sino una celebración coral del espíritu DIY. Ciento un sellos, seleccionados por melómanos, músicos, periodistas, productores y activistas del sonido, desfilan por estas páginas como soldados de un ejército invisible que ha sostenido la música más interesante de los últimos 70 años. Desde los padres fundadores del punk gringo —SST, Dischord, Alternative Tentacles— hasta trincheras chilenas como CFA, Quemasucabeza y Joy Boy Records, cada entrada respira independencia, ruido y pasión.
Lo que distingue a este libro no es solo la información, sino la curaduría afectiva. Cada sello es reseñado con la urgencia del fan que quiere compartir una joya escondida. Los textos logran equilibrar datos históricos con una vibra absolutamente callejera. Se habla de Sun Records y Motown con la misma devoción que de Mentes Abiertas o Primo. Hay crítica al sistema, sí, pero también amor por la música que no necesita pedir permiso para existir.
Independientes es un manifiesto encuadernado. No importa si vienes del hardcore, del shoegaze, del rap o del ska. Lo que importa es que entiendas esto: fuera del radar de las multinacionales hay vida, hay arte y hay verdad. Y este libro es una brújula perfecta para perderse en ese mapa sonoro. Acompañado de ilustraciones de Axel Quezada y una playlist curada por Santiago-Ander, se vuelve lectura obligada para quienes aún creen que la música puede (y debe) ser un acto de resistencia.
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