RUBEN SILVA H Y EL PANADERO
H y el panadero.
Después de salir a fumar un cigarro al patio, rápidamente decidí volver a la pieza donde vivo, porque hacía mucho frio afuera. Hace cinco años que vivo en esta pieza, alejado de todo, excluido y por sobre todo solo, con una soledad que, en los días nublados y fríos, carcome hasta los huesos.
Hoy como todos los días volví a ponerme la máscara de que todo está bien, que soy un tipo correcto, un panadero normal, que se levanta temprano a hacer su trabajo lo mejor que puede, porque si me muestro a los demás como de verdad me siento, de seguro que mi negocio se iría a la mierda, puesto supongo que nadie quiere comprarle pan a
un desgraciado depresivo y enfermo de tristeza, que está todo el día atendiendo la panadería con la cara como el carajo. Por el contrario, todo el mundo quiere o necesita ver al dueño de una panadería o negocio contento, feliz, sonriendo, mientras vende su producto a la dueña de casa o al anciano que va al medio día a comprar un kilo de
pan. Esto lo aprendí desde pequeño cuando vendía helados en la playa, y solía vender más cuando mostraba mi mejor cara, u ofrecía mis helados, con una sonrisa en los labios. Cuando no recurría a esta técnica, las ventas eran muy bajas. No obstante esto, hoy me di cuenta que me está costando cada vez más ponerme la máscara de la mentira, la máscara de que todo está bien en mi vida, por lo que la careta cotidiana estuvo en su posición sólo unas cuantas horas, luego, poco a poco empezó a deslizarse por mi rostro hasta dejarlo al descubierto por completo. Cuestión que, al terminar el día, comprendí que me importó nada. Bueno, la cosa es que el fastidio que siento en todo momento, la falta de propósito y sentido, me nublan la vista y las ganas de emprender cualquier tarea, que no sea hacer el pan, a las cinco de la mañana. Sin embargo, apenas dándome cuenta, me he convertido en una especie de autómata, un hombre de 40 años que hace todo lo que debe hacer en el día de manera mecánica, sin siquiera sentir una pequeña pizca de emoción. O pasión por lo que emprende. ¿Me estoy
convirtiendo en un robot? Tal vez. Hace meses que no me florece una sonrisa en los labios y tampoco puedo llorar, porque al parecer las lágrimas están prohibidas para mí. Aunque por lo general siento el pecho apretado, con una puntada cada vez más notoria, cerca del corazón. Pero estoy imposibilitado de llorar, ni de manera forzada
aparece la más mínima lágrima o humedad en mis ojos.
A pesar de todo esto, cuestión que mi psicóloga resumió en la palabra depresión, mientras me pasaba una receta de fármacos, para lidiar con ella, fármacos que no he querido comprar, en todo caso. Puesto que no soporto la idea que un compuesto químico, me arregle el día, o me dé como dijo ella, (la misma psicóloga), la felicidad que necesito, felicidad que en todo caso ya no busco, aunque reconozco que hace unos diez años atrás, solía necesitarla o esperarla, todavía. Sin embargo, cuando mi hermana, H, aparte de mi amiga, confidente y consejera, me dejó sin previo aviso, producto del atropello que sufrió por un maldito taxista que la arrolló en pleno paso de peatones, a la salida de un supermercado del centro de la ciudad, quitándole la vida,
he asumido que algo como la felicidad no ha sido concebida para mí, lo mismo que eso que llaman una vida normal, realizada y productiva. En general desde muy niño, he vivido todo lo contrario, y he aprendido a existir siempre al límite, al margen, en la exclusión, a ratos, total y abundante. O al borde de la cornisa, como dijo H, la última vez que me aconsejó.
he asumido que algo como la felicidad no ha sido concebida para mí, lo mismo que eso que llaman una vida normal, realizada y productiva. En general desde muy niño, he vivido todo lo contrario, y he aprendido a existir siempre al límite, al margen, en la exclusión, a ratos, total y abundante. O al borde de la cornisa, como dijo H, la última vez que me aconsejó.
La cosa es que estas últimas semanas, sin motivo aparente, la he tenido muy presente y he recordado a menudo, en las tardes cuando cierro el negocio y vuelvo a encerrarme en mi pieza, por lo que paso largas horas pensando, mientras miro el techo, que poco a poco se va deteriorando. En este contexto he estado comparando su vida con la mía, a pesar que leí en una revista de psiquiatría que el dolor o pena que sentimos como humanos, es imposible de comparar con el dolor de otro, puesto que el dolor y pena son sentimientos únicos e irrepetibles en las personas, por lo que no tendría sentido compararlos. Aún así, no he dejado de pensar en la vida de H, y cotejarla con la mía,
puesto que a pesar de todo el dolor amargo y real que sufrió desde los dieciséis años, nunca se mostró una mujer rencorosa, o que odiara a alguien o se quisiera vengar de alguna persona por el daño sufrido. De hecho, no recuerdo haberla visto o escuchar quejarse o reclamar por la vida que le tocó asumir.
puesto que a pesar de todo el dolor amargo y real que sufrió desde los dieciséis años, nunca se mostró una mujer rencorosa, o que odiara a alguien o se quisiera vengar de alguna persona por el daño sufrido. De hecho, no recuerdo haberla visto o escuchar quejarse o reclamar por la vida que le tocó asumir.
Bueno, creo que para que esta historia se entienda un poco mejor, es necesario contextualizar la vida de mi hermana y la mía, su hermano dos años menor. Nosotros somos los únicos dos hijos, de un matrimonio de un mueblista y una dueña de casa, que fallecieron juntos en un accidente absurdo, donde una bola de nieve, en un paseo
del trabajo de mi papá en la montaña, los arrolló, sepultándolos y ahogándolos en el suelo hace más de treinta años atrás. La cosa es que mi hermana y yo nos criamos con la familia de unos tíos de parte de mi papá, que al comienzo, por los recuerdos que aún guardo, nos trataban con comprensión y cariño. Sin embargo, no sé por qué motivo, la buena actitud de ambos, un matrimonio religioso de profesores secundarios con tres hijas menores a nosotros, cambió de un día para otro y comenzaron una seguidilla de malos tratos que terminaron en varias palizas que recibimos mi hermana y yo, muchas veces de manera injusta, a lo largo de los años. Hasta que un día al cumplir H los dieciséis, nos comunicaron que debíamos salir a trabajar porque su situación económica había empeorado, porque al tío, lo habían despedido de la escuela y llevaba varios meses sin encontrar un nuevo empleo, por lo que, en este escenario, nos exigieron trabajar. Yo empecé vendiendo helados en la playa, helados que compraba, con un dinero que, con intereses, me prestaba una de mis primas, hijas de estos tíos que se habían hecho cargo de nosotros. La cosa es que a H, la enviaron a trabajar como nana a una casa de unos amigos de mis tíos, que se suponía la iban a cuidar e iban a impedir que trabajara más de lo que una niña de dieciséis años podía
hacer, cosa que nunca sucedió, años más tarde lo supe. Después de los primeros meses H, empezó a comportarse de forma extraña, por lo general no quería hablar como de costumbre y su ánimo para aconsejarme fue disminuyendo, hasta desaparecer por completo. Cuando llegaba del trabajo, pasaba de inmediato a encerrarse a su pieza, porque a todo esto no íbamos a ninguna escuela, porque nuestros tíos nos educaban en casa, porque según decían, producto de sus estudios universitarios, la educación en el hogar siempre sería mejor. Solían comentar, que la educación que nos darían iba a ser infinitamente superior a la de cualquier escuela o colegio de la ciudad, por lo que tendríamos muchas oportunidades para ser alguien en la vida, como ellos mismos comentaban de forma recurrente, exigiéndonos hacerlo. Situación, que hoy, muchos años después, creo que no nos ha hecho diferentes a la mayoría de las personas de nuestra edad. Por lo que sus aspiraciones de éxito para nosotros se han visto fallidas. Así fue como empezamos a aprender a leer, sumar y restar en casa. Sin relacionarnos con otros niños. Sólo nos veíamos o juntábamos con mis primas, que también Vivian en la misma casa.
del trabajo de mi papá en la montaña, los arrolló, sepultándolos y ahogándolos en el suelo hace más de treinta años atrás. La cosa es que mi hermana y yo nos criamos con la familia de unos tíos de parte de mi papá, que al comienzo, por los recuerdos que aún guardo, nos trataban con comprensión y cariño. Sin embargo, no sé por qué motivo, la buena actitud de ambos, un matrimonio religioso de profesores secundarios con tres hijas menores a nosotros, cambió de un día para otro y comenzaron una seguidilla de malos tratos que terminaron en varias palizas que recibimos mi hermana y yo, muchas veces de manera injusta, a lo largo de los años. Hasta que un día al cumplir H los dieciséis, nos comunicaron que debíamos salir a trabajar porque su situación económica había empeorado, porque al tío, lo habían despedido de la escuela y llevaba varios meses sin encontrar un nuevo empleo, por lo que, en este escenario, nos exigieron trabajar. Yo empecé vendiendo helados en la playa, helados que compraba, con un dinero que, con intereses, me prestaba una de mis primas, hijas de estos tíos que se habían hecho cargo de nosotros. La cosa es que a H, la enviaron a trabajar como nana a una casa de unos amigos de mis tíos, que se suponía la iban a cuidar e iban a impedir que trabajara más de lo que una niña de dieciséis años podía
hacer, cosa que nunca sucedió, años más tarde lo supe. Después de los primeros meses H, empezó a comportarse de forma extraña, por lo general no quería hablar como de costumbre y su ánimo para aconsejarme fue disminuyendo, hasta desaparecer por completo. Cuando llegaba del trabajo, pasaba de inmediato a encerrarse a su pieza, porque a todo esto no íbamos a ninguna escuela, porque nuestros tíos nos educaban en casa, porque según decían, producto de sus estudios universitarios, la educación en el hogar siempre sería mejor. Solían comentar, que la educación que nos darían iba a ser infinitamente superior a la de cualquier escuela o colegio de la ciudad, por lo que tendríamos muchas oportunidades para ser alguien en la vida, como ellos mismos comentaban de forma recurrente, exigiéndonos hacerlo. Situación, que hoy, muchos años después, creo que no nos ha hecho diferentes a la mayoría de las personas de nuestra edad. Por lo que sus aspiraciones de éxito para nosotros se han visto fallidas. Así fue como empezamos a aprender a leer, sumar y restar en casa. Sin relacionarnos con otros niños. Sólo nos veíamos o juntábamos con mis primas, que también Vivian en la misma casa.
Así pasaron los años, yo me empecé a hacer conocido como el joven alegre de los helados, negocio que poco a poco empezó a dar sus frutos. Y ya no tenía que pedir dinero prestado con intereses a mis primas. Pero H, a medida que pasaba el tiempo, llegaba a la casa cada vez más triste y cabizbaja, sin apenas querer hablar. Así pasaron los años y cuando H cumplió dieciocho, llegó llorando acusando que alguien la había golpeado, en el trabajo. Mis tíos se molestaron y no le creyeron, por el contrario, le dijeron que debía tranquilizarse, junto con cuidar su empleo, porque sus amigos se lo habían dado con mucha gentileza. Pero H, no dejaba de llorar, hasta que fue al baño, y le dio golpes al espejo, rompiéndolo, y cortándose la mano, izquierda, con la que de seguro golpeó el vidrio. Pero mi tía se enojó, la retó y dio unos tirones de pelo, que la hicieron llorar con más congoja y emoción, aún. Yo no entendía bien lo que estaba sucediendo. Por mucho tiempo seguí sin entenderlo. Situación que sólo fue la primera de una seguidilla de episodios del mismo tenor. Donde H, llegaba llorando y acusando que le habían pegado. Pero mis tíos, hasta donde recuerdo nunca preguntaron a sus amigos qué es lo que estaba pasando, por el contrario, retaban a H, y le pedían en diversos tonos y términos, que cuidara su trabajo. Hasta que, con treinta y cinco años, entre unas cervezas, me contó en qué consistía realmente su empleo. Por lo que jamás fue algo amable, mucho menos gentil o lo que una niña de 16 años de edad podía hacer. La cosa, es que los amigos de mis tíos, sin
siquiera ellos sospecharlo (mis tíos), habían hecho de su casa un prostíbulo, donde obligaron a trabajar a H, primero haciendo aseo, pero rápidamente las semanas pasaron, la obligaron a prostituirse y acostarse con el hombre que quisiera estar con ella. La cosa fue que un día los amigos de mis tíos llamaron a un matón, que la amenazó con matarla junto a toda su familia, si hablaba algo de lo que pasaba en la
casa. Me contó que la hicieron ver unos videos del matón torturando y matando a otras personas y tuvo mucho miedo, por lo que jamás contó nada. “Me acostumbré a sufrir en silencio y a sobrellevar esto yo solita”, me dijo el finalizar su relato el día en que me contó. Entonces, antes de concluir su historia, se acordó de porque llegaba llorando a la casa de los tíos. El asunto era que había un cliente que pagaba más
dinero por amarrarla, torturarla y golpearla, mientras abusaba de su cuerpo. Cosas que ella tenía que simplemente aceptar. Cada vez que recuerdo esto, me dan ganas de haber sido yo el que debió haber muerto en el atropello ese día y no ella. Porque a pesar de toda la inmundicia que tuvo que vivir, nunca la escuché decir una palabra de
odio, queja o venganza, por lo que le hicieron, hoy entiendo que ella era una especie de ángel de luz, muy diferente a mí. Ella amaba la vida y amaba a los demás, como sólo una persona de corazón bueno y puro puede hacer. Estoy convencido de que ella merecía seguir viviendo, porque era una pequeña estrella que iluminaba todo a su alrededor. En cambio yo, que no he sufrido nada comparado, soy un hombre resentido, rabioso, rencoroso, con todo y todos sin saber muy bien por qué. Ahora después que ha pasado el tiempo, estoy seguro que entre ella y yo, ella tenía más derecho a seguir existiendo y alumbrando como la estrellita que era. Pero como sabemos la vida es extraña, y poco lógica la mayoría de las veces, incluso cruel, y yo sigo aquí, amando odiar, sin tener bien claro la razón que me lleva a hacerlo. Tomando esto en cuenta y trayendo a la memoria las creencias religiosas que mis tíos también nos inculcaban. Si el dios judeocristiano existe y efectivamente nos creó. Con mi hermana y yo sin duda se equivocó, porque murió la persona que no debía morir, y
dejó vivo a la persona que sí debía dejar de existir, sin duda. Ahora, volviendo a mí persona, Todos engloban lo que me pasa nada más que en una enfermedad, condición, que nunca he asumido o sentido como tal. Pero bueno, mientras no tenga las agallas de quitarme la vida, y la vida misma insista en seguir siendo vivida, es un asunto que deberé seguir tolerando nada más, y claro haciendo pan, para lograr continuar viviendo, esto que por costumbre llamamos vida, pero no sabemos a ciencia cierta qué es.
Por Rubén
siquiera ellos sospecharlo (mis tíos), habían hecho de su casa un prostíbulo, donde obligaron a trabajar a H, primero haciendo aseo, pero rápidamente las semanas pasaron, la obligaron a prostituirse y acostarse con el hombre que quisiera estar con ella. La cosa fue que un día los amigos de mis tíos llamaron a un matón, que la amenazó con matarla junto a toda su familia, si hablaba algo de lo que pasaba en la
casa. Me contó que la hicieron ver unos videos del matón torturando y matando a otras personas y tuvo mucho miedo, por lo que jamás contó nada. “Me acostumbré a sufrir en silencio y a sobrellevar esto yo solita”, me dijo el finalizar su relato el día en que me contó. Entonces, antes de concluir su historia, se acordó de porque llegaba llorando a la casa de los tíos. El asunto era que había un cliente que pagaba más
dinero por amarrarla, torturarla y golpearla, mientras abusaba de su cuerpo. Cosas que ella tenía que simplemente aceptar. Cada vez que recuerdo esto, me dan ganas de haber sido yo el que debió haber muerto en el atropello ese día y no ella. Porque a pesar de toda la inmundicia que tuvo que vivir, nunca la escuché decir una palabra de
odio, queja o venganza, por lo que le hicieron, hoy entiendo que ella era una especie de ángel de luz, muy diferente a mí. Ella amaba la vida y amaba a los demás, como sólo una persona de corazón bueno y puro puede hacer. Estoy convencido de que ella merecía seguir viviendo, porque era una pequeña estrella que iluminaba todo a su alrededor. En cambio yo, que no he sufrido nada comparado, soy un hombre resentido, rabioso, rencoroso, con todo y todos sin saber muy bien por qué. Ahora después que ha pasado el tiempo, estoy seguro que entre ella y yo, ella tenía más derecho a seguir existiendo y alumbrando como la estrellita que era. Pero como sabemos la vida es extraña, y poco lógica la mayoría de las veces, incluso cruel, y yo sigo aquí, amando odiar, sin tener bien claro la razón que me lleva a hacerlo. Tomando esto en cuenta y trayendo a la memoria las creencias religiosas que mis tíos también nos inculcaban. Si el dios judeocristiano existe y efectivamente nos creó. Con mi hermana y yo sin duda se equivocó, porque murió la persona que no debía morir, y
dejó vivo a la persona que sí debía dejar de existir, sin duda. Ahora, volviendo a mí persona, Todos engloban lo que me pasa nada más que en una enfermedad, condición, que nunca he asumido o sentido como tal. Pero bueno, mientras no tenga las agallas de quitarme la vida, y la vida misma insista en seguir siendo vivida, es un asunto que deberé seguir tolerando nada más, y claro haciendo pan, para lograr continuar viviendo, esto que por costumbre llamamos vida, pero no sabemos a ciencia cierta qué es.
Por Rubén
No hay comentarios:
Publicar un comentario