Formada entre Chile, Argentina y España, su trayecto académico sostiene un andamiaje sólido, pero su producción escapa de lo institucional para hundirse en territorios donde lo político y lo afectivo se confunden. Beca ANID en Sevilla, docente, investigadora y gestora, Rodríguez no se limita a producir obra: también abre espacios, funda editoriales (Maar Ediciones), organiza encuentros (FOCOM), se suma a colectivos (Las Niñas, Cooperativa de Fotógrafas). Su práctica se despliega como una red, un tejido donde lo individual y lo colectivo son imposibles de separar.
Hay en su poética un gesto constante de desplazamiento: la foto no se queda quieta en el plano. Se desborda hacia el objeto, hacia la instalación, hacia lo textil. Bordados, collages de memoria, papel trabajado como piel. Ese tránsito le permite escapar del formato convencional para dialogar con lo táctil, lo doméstico, lo ritual. En esa mutación, la fotografía deja de ser imagen y se convierte en materia viva, en cuerpo político.
Mirar una pieza de Rodríguez es enfrentarse a un espejo roto: lo íntimo dialoga con lo colectivo, lo femenino con lo histórico, lo natural con lo urbano. La maternidad emerge no como cliché, sino como acto político, mientras la memoria personal se expande en resonancias universales. Su obra insiste en que el arte no es un lujo, sino una forma de resistencia y de cuidado, un modo de preservar saberes y territorios frente a la devastación patriarcal y extractivista.
En un circuito global saturado de discursos vacíos, Jocelyne Rodríguez Droguett se levanta como una voz radicalmente necesaria. Su práctica encarna el ecofeminismo desde lo sensible y lo combativo, construyendo imágenes que no solo se ven: se sienten, se tocan, se portan como cicatrices. Una obra que nos recuerda que la memoria no es pasado, sino territorio en disputa.
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