domingo, 7 de septiembre de 2025

 GABRIEL  HOLZAPFEL

 


 

       Gabriel Holzapfel Mancini (Puerto Montt, 1988) es de esos creadores que no se acomodan en un solo molde. Visual y sonoro, autodidacta en la música y formado en las artes, su trabajo se mueve entre lo conceptual y lo visceral, siempre tensionando los bordes de lo político, lo poético y lo absurdo. Hoy radicado en Santiago, su producción ha venido marcando un pulso propio dentro de la escena chilena contemporánea, levantando preguntas incómodas sobre memoria, territorio y desaparición.

 


 Con muchas muestras individuales y más de 60 colectivas, Holzapfel ha hecho circular su obra por los principales espacios de exhibición del país: del Museo de la Solidaridad Salvador Allende al Museo Nacional de Bellas Artes, del CCLM al MAVI, además de vitrinas independientes como Galería Metales Pesados Visual y OMA. Sus piezas también han viajado más allá de nuestras fronteras, aterrizando en Estados Unidos, España, Italia y Colombia, dejando claro que su lenguaje visual conecta con un malestar que no conoce pasaportes.

 


 



Su trayectoria ha estado jalonada por reconocimientos que confirman la potencia de su mirada: Premio de Honor en el Concurso Nacional de Arte Joven de Valparaíso (2013 y 2021), Premio Especial para Regiones del MAVI (2020), Contemporarte de la Universidad de Huelva (2014), y más recientemente el primer lugar en Artes Mediales del Concurso Municipal de Arte Joven de Santiago (2023). Pero más allá de los galardones, lo que sostiene su obra es la obstinada insistencia de dar forma a un pensamiento que vibra entre lo cotidiano y lo simbólico.
 
 

 En ese tránsito, Holzapfel se ha nutrido de experiencias de residencia tanto en Chile como en el extranjero: desde el Apulia Land Art Festival en Alberobello, Italia, hasta procesos en Balmaceda Arte Joven Los Lagos, el Museo de Chonchi y el Cecrea de Chiloé. Espacios que le han permitido expandir su práctica hacia una investigación donde los objetos comunes, los materiales de uso colectivo y las memorias locales se transforman en herramientas expresivas capaces de amplificar los relatos de nuestro tiempo.
 
 

 Lo suyo no es la decoración ni la complacencia: es un intento por hurgar en las heridas abiertas que deja la actividad humana sobre nuestros paisajes y sensibilidades. En su obra, la memoria no es un registro pasivo sino una zona de tensión; lo político se enreda con lo poético; lo absurdo se convierte en espejo de lo real. Holzapfel sigue armando con paciencia una cartografía de lo invisible, un archivo sensible que resuena con la historia reciente y con la urgencia de pensar cómo habitamos —y desgastamos— el territorio que nos sostiene.
 

 
 
 
 

 

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