jueves, 12 de junio de 2025

 LEMEBEL    SIN  LEMEBEL      DE  JUAN  PABLO  SUTHERLAND

 

       

 

Por  Gonzalo  Vilo

 


         ¿Cómo despedirse de un amigo cuando su imagen se ha transformado en una postal omnipresente, en un ícono pop que te observa desde muros, vitrinas y homenajes institucionales? ¿Cómo seguir caminando por las mismas calles donde una vez se compartieron risas, secretos y rebeliones? En Lemebel sin Lemebel, Juan Pablo Sutherland no responde estas preguntas con fórmulas ni nostalgias congeladas: las habita, las recorre, las interroga desde la herida abierta de la memoria.

El libro, publicado tras la muerte de Pedro Lemebel, no pretende ser una biografía, ni una semblanza académica ni un ajuste de cuentas con el mito. Es, más bien, una bitácora íntima, un diario de viaje donde Sutherland escribe con la tinta que solo permite la amistad verdadera: una mezcla de afecto, contradicción, pudor y valentía. Desde esta forma híbrida, fragmentaria y profundamente personal, el autor nos toma de la mano para llevarnos por escenas de su vida junto a Lemebel, deteniéndose en momentos de ternura, de furia, de militancia, de escritura y también de silencio.

La pluma de Sutherland vibra con una intensidad poco común: hay emoción, pero no sentimentalismo; hay crítica, pero no ajuste de cuentas; hay duelo, pero también fiesta. Entre páginas que se leen como postales amorosas, caminatas compartidas, peleas políticas y descubrimientos estéticos, emerge una doble cartografía: la del Chile subterráneo de los años ochenta y noventa —marginal, queer, resistente— y la del proceso interno de Sutherland al encontrar su propia voz como escritor, fuera de la sombra del gran referente.
 
 Con una honestidad desarmante, el texto va entretejiendo la presencia y la ausencia de Lemebel: su rostro que aparece en todas partes y al mismo tiempo su silencio, esa voz irrepetible que ya no responde pero que aún interpela.

Hay en Lemebel sin Lemebel una apuesta ética y estética que vale destacar: no canonizar, no edulcorar, no capitalizar al amigo muerto, sino hacerlo hablar a través del recuerdo encarnado, de la historia compartida, de la disidencia vivida en carne propia. Sutherland, consciente del peso del apellido Lemebel en cualquier escritura homoerótica chilena, no intenta competir ni homenajear desde la distancia. Escribe desde el barro, desde el amor, desde el cuerpo: una forma de resistencia, también.

En tiempos en que los íconos son consumidos por la lógica del mercado y la cultura queer corre el riesgo de volverse una estética sin historia, este libro devuelve la dimensión política y afectiva de una amistad forjada al margen, en la trinchera. Conmovedor, honesto y ferozmente humano, Lemebel sin Lemebel se instala como una lectura imprescindible para quienes quieran entender no solo a Pedro Lemebel, sino al mundo que lo rodeó, lo discutió, lo abrazó y lo sobrevivió.





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