sábado, 26 de julio de 2025

 CHAGUAL       ETERNIDAD  (SINGLE)

 

 
 

 Por Gonzalo Vilo

 

        

      Hace tiempo tuve un sueño. Aún lo recuerdo con nitidez. Estaba tendido en mi cama, mirando el techo, mientras una melodía tenue me arrancaba del presente. Sentía calor, un calor espeso, casi sofocante. Sin embargo, una brisa inesperada acariciaba mi pelo, y una vocecilla —vaga, lejana— me susurraba algo que no lograba entender. Palabras sin forma, sonidos que mis oídos no estaban listos para descifrar.

 
Cuando la música se desvaneció y la voz se apagó, algo cambió. A mi alrededor, los objetos comenzaron a desfigurarse, a desvanecerse, a perder su color como si una goma invisible los borrara uno por uno. ¿Era eso lo que me habían advertido? ¿Lo que otros, antes que yo, ya no pudieron contar?

 
Me incorporé de golpe, con el corazón desbocado. Quise correr, gritar, salir de allí. Pero ya era tarde. Mi cuerpo no respondía. Era una marioneta sin hilos, abandonada en medio de una función interrumpida. Pensé en mi familia, en mis amigos, en los que fueron arrastrados antes que yo, en los que nunca regresaron. ¿Sería ahora mi turno?

 
Grité, o creí hacerlo. La voz —aquella que antes susurraba— volvió, pero fue devorada por un silbido brutal, ensordecedor. Luego, un temblor.

 
Y después... el abismo.

 
Oscuridad es una palabra demasiado brillante para lo que vi al abrir los ojos. No entendía dónde estaba. El vértigo me había atrapado en su laberinto, y yo no era más que un insecto poseído por hongos que reían desde las grietas. ¿Qué había pasado? ¿La nada se lo había llevado todo?

 
No del todo. Algunos objetos vagaban, desorientados, como si buscaran una razón para existir. Otros surgían de la nada y salían disparados en cualquier dirección, como si huyeran de algo que ni siquiera yo podía imaginar.

 
A mi alrededor, trozos de lo que sería materia vagaban sin rumbo, sin propósito, como niños perdidos antes de saber que son hijos de algo.
Yo no nací. Me encendí.

 
Y desde entonces, sigo expandiéndome.

A veces, la música nace así: no de un ritmo, no de una nota, sino de una visión suspendida entre la vigilia y el caos. Así surgió Eternidad, canción que no empieza como una historia, sino como una sensación que precede toda forma. Como si antes del sonido, hubiese una densidad. Una espera. Un silencio demasiado lleno.

Mientras finalizaban su primer LP Jardín Interior a fines de 2024, la banda se vio envuelta en esa marea post-creativa en la que todo se detiene… hasta que vuelve a latir. Y cuando lo hizo, lo hizo con fuerza gravitacional. De allí emergió Eternidad, la primera canción compuesta tras ese periodo, como quien respira hondo después de cruzar un desierto.

Dividida en cinco momentos —Entropía mínima, El tiempo pt. 1, El alba, La conciencia, y El tiempo pt. 2— la obra se despliega como una serie de pulsos que recuerdan que estamos hechos del mismo temblor que originó galaxias.

Todo comienza en la nada: Entropía mínima, una sección instrumental, densa y silenciosa, que evoca el instante anterior al Big Bang, donde todo lo que somos estaba aún sin pronunciar. Luego viene El tiempo pt. 1, cuando el reloj universal comienza a moverse por primera vez. La letra lo resume con extraña belleza: “Ardiente despertar, incierto transitar”.

El alba, tercer movimiento, es un interludio que sugiere el surgimiento de la vida. No la vida como la conocemos, sino como un presentimiento. Como cuando los objetos del sueño empiezan a encontrar sentido, aunque todavía no tengan nombre. Y entonces aparece La conciencia, una mirada nueva que se descubre viva en medio de lo incomprensible. La canción dice: “Todo te parece extraño, formas y siluetas sin delimitar. Al alcance de tu mano tienes la realidad”.

Finalmente, El tiempo pt. 2 nos devuelve al origen, pero con el eco de lo vivido. Como si tras el fuego viniera el hielo, y después, solo la memoria de lo que ardió. “Existo antes del tiempo. Soy parte de los cimientos”, afirma la letra. Una afirmación que no suena a despedida, sino a certeza. La materia no muere: se transforma. La música tampoco.

El arte que acompaña esta pieza es una fusión entre fotografía real del cielo del Valle del Limarí e ilustración digital. Un puente entre lo visible y lo invisible. Entre lo que está y lo que fue. La tipografía remite al jazz, como si quisiera insinuar que en este universo también hay espacio para la improvisación.

Grabada, mezclada y masterizada por la propia banda en su home studio, Eternidad es más que una canción: es una expansión. Una pregunta lanzada al vacío. Un intento de comprender lo que vibra antes de tener forma. Porque quizás, como en aquel sueño, no estamos hechos de certezas. Solo de movimientos.



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