En el mundo de las pantallas y las reproducciones infinitas, Violeta Jirachi pinta como quien susurra secretos que solo algunos alcanzan a escuchar. Sus acuarelas no buscan la espectacularidad ni la aprobación inmediata; más bien se detienen en los gestos mínimos, en los trazos que tiemblan y se mezclan con la transparencia del papel. Es un trabajo que exige mirar de cerca, detenerse y dejarse llevar por la cadencia íntima de cada color y línea.
El desarrollo de su técnica “alla prima” en la acuarela marca el pulso de su obra. Cada pincelada es un acto de decisión inmediata: no hay correcciones ni revisiones prolongadas, solo un flujo constante que evidencia la espontaneidad y la vulnerabilidad de la creadora. Esa urgencia, esa frescura, convierte cada pieza en un registro honesto de emociones en movimiento.
Las figuras femeninas, los motivos naturales y los pequeños guiños surrealistas componen un imaginario delicado y a la vez inquietante. Sus paletas, crean atmósferas que parecen suspendidas entre lo tangible y lo onírico. Hay en su trabajo una tensión entre la fragilidad de lo cotidiano y la fuerza poética que emerge de lo aparentemente simple, como si cada obra fuese un instante capturado que no quiere repetirse.
En un panorama artístico que muchas veces premia la grandilocuencia, Jirachi reivindica la intimidad y la sutileza como formas de resistencia. Sus acuarelas se infiltran sin alardes, pero dejan una marca persistente: una invitación a redescubrir la quietud, la sensibilidad y la belleza en los detalles más pequeños. Su obra recuerda que, a veces, lo más radical es detenerse y mirar de verdad.
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