JACQUELINE STAFORELLI
En un país donde la memoria se desangra entre cicatrices invisibles y paisajes devorados por el tiempo, aparece la mirada de Jacqueline Staforelli, fotógrafa formada en el Instituto ARCOS, con estudios de cine a cuestas y una trayectoria que no se conforma con las vitrinas oficiales. Su trabajo es un ejercicio de resistencia: una exploración desde los márgenes, desde Mostazal, Rancagua o Santiago, pero también desde los desplazamientos internos, los viajes que no necesitan carreteras porque se abren dentro de la propia piel.
Las suyas son imágenes que no buscan clausurar la historia, sino abrirla en canal. Fragmentos de memoria, rastros del tiempo, cicatrices que se reconocen en un muro descascarado o en la textura de un rostro. Staforelli reconstituye presencias con paciencia quirúrgica, como quien arma un rompecabezas de lo invisible: pistas, vestigios, silencios que hablan más fuerte que el ruido.
Su obra dialoga con lo cotidiano, con lo tipológico, con esa crudeza del entorno que parece inmutable hasta que la cámara lo transforma en otra cosa. Allí, la fotografía deja de ser simple espejo para volverse detonante: un artefacto capaz de alterar la percepción, de revelar que lo más común siempre estuvo atravesado por lo extraordinario.
No es casual que haya comenzado en el cine. Esa pulsión narrativa se filtra en cada encuadre, pero aquí la secuencia es otra: no es lineal, no es complaciente. Es un cine detenido en un solo fotograma, expandido hacia nuevas dimensiones de la memoria y la imaginación.
En un circuito donde lo documental suele reducirse a estadísticas de lo real, Jacqueline Staforelli propone otra lectura: la fotografía como un acto de vínculo, como un gesto de recomposición frente al olvido. Su trabajo es subterráneo y vital, una cartografía de huellas en fuga que nos obliga a mirar, a recordar, a dejar también la marca de nuestra propia sombra en el paisaje.